viernes, 2 de enero de 2009

Reflexión sobre la bendición

Dios es fiel y su misericordia es eterna. En nuestra vida, podemos experimentar la manifestación de su fidelidad en la medida que creemos, actuamos, desarrollando los dones y talentos, y perseverando.
La Biblia nos dice que “la fe y la paciencia obran las promesas de Dios” (Hebreos 6:12). Para que la bendición de Dios venga, tiene que encontrar algo sobre lo cual caer. Dios envía Su Palabra y una vez que ella produce lo que Él dice luego ordena que fructifique y se multiplique.
Dios ya depositó mucho de sí en nosotros y pone en nosotros tanto el querer como el hacer… pero al fin y al cabo, la decisión está en nosotros. Somos responsables de lo que decidimos, porque la plenitud potencial de la bendición está en nosotros, al vivir Cristo en nuestros corazones.
Para que ella se active, requiere de una decisión en fe, que en algunas ocasiones, implica un salto al vacío, que cuando se lo hace en Cristo, siempre vale la pena. Nuestro Padre no bendice la pereza y la holgazanería disfrazada de fe, sino nuestras acciones. La bendición del Señor, en la Biblia, se compara con la lluvia. Si la lluvia no cae sobre algo plantado, no riega para producir fruto… solo cae en la tierra.
Es necesario que yo me levante y actúe en base a la voluntad de Dios, y ahí pedir que Dios bendiga la obra que empiezo en Su Nombre.

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